¡Piratas!, de Laura Esparza

Érase una vez… una novela.

Apareció el título y la ávida lectora quiso tenerla. Pero la autora se negó a publicarla de cualquier manera, de modo que no pudo conseguirla. Y la novela quedó encerrada en una torre oscura en la que no entraba la luz, durante meses y meses, que se convirtieron en años. 

Érase una vez… el milagro.

Porque como en La Bella Durmiente, llegó el día de la liberación y esa novela pudo ver la luz. Una luz brillante que iluminaba la cubierta y, sobre todo, el título ¡Piratas! 

La ávida lectora la compró. La sangre burbujeaba en sus venas porque llevaba mucho tiempo, pero mucho tiempo esperando que emergiera de las tinieblas en las que había estado prisionera. El formato importaba poco. Ella quería leerla, saborear cada página, sumergirse en una aventura que, siendo aún desconocida, imaginaba maravillosa. ¡Quería esa novela!

Y por fin pudo navegar por ─cito textualmente─ las aguas turquesas del Caribe, donde los piratas reinan a bordo de navíos extraordinarios, donde una mujer hambrienta de aventura y un hombre sediento de libertad descubren que el destino les tiene reservadas muchas sorpresas.

La lectora sonrió con las discusiones de la abuela Isabella y el padre Thomas; se quedó entusiasmada con la rivalidad de Savage y Blackpool, dos recios piratas de los que se prendó; río con ganas con los rifirrafes entre los protagonistas, Billie y Nathan; se emocionó con dos recios hombres que, al final, son un pedazo de pan; quiso tener a Lucille… Y suspiró con el exquisito romance que la autora inventó. 

Érase una vez… una novela preciosa, seductora y bien escrita que la agradecida lectora guardará como el tesoro más grande que pirata alguna haya conseguido, para volver a leerla dentro de un tiempo.

Érase una vez… la historia de Christopher Andersen. ¿Es posible, Laura Esparza? Díganos que sí. Por favor.