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martes, 18 de julio de 2017

Ligar es como montar en bici, de Brandy Manhattan

Y escribir también es como montar en bici para... digamos Brandy Manhattan, puesto que así firma la novela. Al menos yo he visto pocas veces una facilidad tan pasmosa para contar una historia. Das un vistazo a la sinopsis, se te pone una sonrisa en la boca, pero de las grandes, de esas que si tienes caries te las ve hasta el portero de la finca, y salvo un momento puntual por el que desgraciadamente se debe pasar, ya no te abandona hasta el final.

Esta novela no podía haberse escrito en tercera persona. Porque Brandy Manhattan no nos cuenta la historia más o menos graciosa de Victoria, una chica a la que el novio le pone los cuernos, pierde el trabajo y decide largarse a Londres. Hubiera sido demasiado sencillo, demasiado visto y hasta demasiado vulgar para esta autora. Ella hace las cosas de otro modo. Sabe hacer las cosas de otro modo. Si queréis comprobarlo sólo tenéis que leerla.

Consigue que la lectora sea uno más de los personajes, que entre, que no se quede al otro lado del libro. Con la historia de Vic olvídate de estar sentada en tu sillón preferido, tienes que actuar porque no eres una mera espectadora, tú formas parte activa de la novela. Tú opinarás sobre si los zapatos le quedan bien, si debe ponerse o no ese conjunto interior tan sexy y provocativo, si te parece una excentricidad gastarse un pastón en un modelito de los de Nombre y Apellido; vas a salir de marcha, vas a decirle lo que piensas sobre el mamonazo de Luis, le pondrás o no pegas a sus locuras, te harás cómplice de sus compañeras de piso, degustarás (un poquito apartada, eso sí) una copa de vino en la terraza, mientras escuchas cómo abre su alma y le narra sus penas a Ashley, un hombre al que se le perdona todo porque desde que le conoces solo piensas en comértelo vivo. Achucharás a la protagonista para que se lo lleve al huerto, aunque te reviente tener que hacerlo porque lo que en realidad querrás es quedarte con Ashley para ti, sólo para ti y nada más que para ti, ¡¡y que le den morcilla a Victoria!!

Esperarás, durante toda la novela, que te cuente qué es eso que le hace cierta parte de su anatomía cada vez que se aproxima al doctor Greenfield. Que te lo imaginas, sí, vale, de acuerdo en que ninguna somos monjas, pero una cosa es imaginar y otra saberlo de fijo.
Sin embargo, no os llaméis a engaño, la novela no es todo un cúmulo de escenas jocosas y situaciones a veces rocambolescas. Es mucho más. Es ir conociendo los pensamientos de Victoria, los más íntimos, los que le crean dudas, los que le hacen pensar si hace las cosas bien y verse algunas veces como una bayeta de fregar suelos. Ese tipo de reflexiones que sólo suelen contarse a las amigas íntimas.

La novela está repleta de expresiones recurrentes. Se utiliza un lenguaje cercano al lector, porque es su interlocutor, el que escucha a Victoria y recrimina o aprueba sus decisiones. De paso, nos deja conocer algo del mundo de los médicos rehabilitadores y los fisioterapeutas. Gracias por eso, Brandy.

Tengo que hacer especial mención al personaje de María: una mujer increíble, una vitalidad desbordante, una perenne sonrisa en los labios. Ella nos enseña lo estúpidos que somos preocupándonos por chorradas sin importancia, ya veréis el porqué si leéis la novela (que espero lo hagáis porque no tienen desperdicio).

Llegamos a las escenas hot. Rectifico: llegamos a las escenas de sexo, que empiezo a estar hasta el bisoñé de que se utilicen palabrejas que no son nuestras. Aquí hay sexo, sí, pero de primera categoría. Con clase, sabiendo cómo describirlo, sin dejar nada a la imaginación. La autora hace que te remuevas en el asiento, que agarres lo que tienes a mano para abanicarte, que te estires del cuello de la camiseta (por cierto, me tengo que encargar varias camisetas con leyendas como las de Victoria), que soples, que se te atasque la saliva en la garganta, que te pases luego la lengua por los labios para no babear... ¡¡Que llegue tu chico, por Dios, que vas a probar con él cada postura!! Y si no se cena, pues no se cena, coño.

Bueno, yo me voy a dar una ducha fría porque escribiendo la reseña se me ha vuelto a subir la temperatura. Luego, me depilaré las piernas bien depiladitas (la que haya leído la novela sabrá a qué me refiero), y me vestiré sólo con una camiseta que ponga: «Brandy Manhattan, eres la leche en bote».

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